Cuidar de un hijo(a) con una condición médica o emocional compleja es un acto de amor profundo, pero también una de las experiencias más desafiantes. El estrés parental puede afectar la salud mental y física de los cuidadores, haciéndolos sentir agotados, ansiosos o desbordados.
¿Qué es el estrés parental?
Según Abidin (1995), el estrés parental surge cuando las exigencias del cuidado superan los recursos emocionales y físicos del cuidador, generando una carga intensa y sostenida. En el caso de la enfermedad infantil, Miller y Rathus (2014) explican que este estrés se profundiza debido a la incertidumbre constante, las decisiones médicas, las hospitalizaciones y el miedo al dolor o la pérdida.
«El estrés parental no significa que no ames a tu hijo. Significa que estás haciendo todo lo posible en circunstancias extremadamente exigentes.» (Miller & Rathus, 2014)
Este tipo de agotamiento emocional es especialmente intenso en familias que deben enfrentar cuidados médicos frecuentes, como aquellas con niños, niñas o adolescentes que padecen malformaciones anorrectales, enfermedad de Hirschsprung o condiciones del desarrollo.
Las emociones del cuidador: ¿Qué está pasando dentro de ti?
El rol de cuidador es emocionalmente complejo, una verdadera montaña rusa de sentimientos. Muchas veces, quienes cuidan de un hijo/a con una condición médica sienten que deben ser fuertes en todo momento, lo que genera una desconexión emocional progresiva. Pero las emociones no desaparecen al ignorarlas: se acumulan, pesan y duelen.
Según la teoría de la validación emocional, nombrar lo que sentimos es el primer paso para regularlo. Identificar tus emociones ayuda a recuperar equilibrio interno, evitando que el agotamiento emocional se convierta en sufrimiento prolongado.

Emociones más comunes en el estrés parental:
Ansiedad anticipatoria – “¿Cómo será la próxima cirugía?”
Culpa crónica – “¿Y si no estoy haciendo lo suficiente?”
Tristeza – Por la salud idealizada que no se logró.
Rabia – Por la injusticia, la falta de apoyo o la soledad.
Miedo al futuro – “¿Qué pasará si yo falto?
Negar lo que sentimos no lo elimina. Solo hace más difícil regularlo.
«Las emociones son señales internas que informan sobre la necesidad de autocuidado.» (Quintero & Gagliesi, 2020)
Reconocer y validar lo que vives no es un signo de debilidad, sino de fortaleza. Tu bienestar emocional es fundamental para sostener el cuidado sin perderte en el proceso.
Sanar como madre o padre: Más allá del agotamiento
Sanar no significa eliminar el dolor o el cansancio, sino aprender a manejarlo con mayor compasión. Es aprender a sostenerte emocionalmente para poder sostener a tu hijo/a.
Estrategias para reducir el estrés parental
1. Acepta y valida tus emociones: Sentirte frustrado/a, triste o agotado/a no te hace un mal cuidador. Te hace humano. Nombrar tus emociones es el primer paso para regularlas.
Preguntas clave:
¿Qué emoción predomina cuando estoy en el hospital?
¿Qué me digo a mí mismo/a cuando mi hijo llora?
¿Dónde siento esto en mi cuerpo?
«Nombrar las emociones transforma el caos en comprensión.» (Siegel, 2010)
2. Practica pausas de autocuidado: Duerme las horas que sean necesarias, come bien, toma pausas pequeñas. El autocuidado emocional no siempre requiere horas, aunque sean solo 5 minutos al día, una respiración profunda puede marcar la diferencia.
Ejercicio de regulación:
Inhala 4 segundos – Sostén 4 – Exhala 6. Repite 3 veces.
«Una pausa es un acto radical de compasión hacia uno mismo.» (Kabat-Zinn, 1997)

3. Disfruta pequeños espacios para ti: No te olvides de lo que te genera placer. Dedica unos minutos al día a algo que te haga sentir bien.
4. Busca apoyo: Habla con alguien que entienda: otro cuidador, terapeuta, grupo de apoyo o amigo cercano. Recuerda que No estás solo/a. «La resiliencia no se construye en soledad. Se construye en red.»
5. Reconoce tu historia emocional: Muchos cuidadores crecieron en entornos donde sentir era un “error” o una “debilidad”. Sanar también implica desarmar esos mensajes. “Cuando las emociones son ignoradas o castigadas en la infancia, se vuelven difíciles de regular en la adultez” (Linehan, 1993)
6. Establece límites: Aprender a decir «no» también es un acto de amor propio.
7. Conéctate emocionalmente con tu hijo/a: El cuidado no es solo responsabilidad médica. Jugar, reír y abrazar también fortalecen su bienestar.
8. Practica el agradecimiento: Reconocer lo que has aprendido como cuidador puede transformar tu perspectiva.
9. Enfócate en lo que sí puedes controlar: Si sientes que el estrés te abruma, pregúntate:
No puedo controlar… (los procedimientos médicos, el futuro…)
Pero sí puedo hacer hoy por mi hijo/a… (acompañarlo, escucharlo, darle amor…)
Hoy elijo enfocarme en… (mi bienestar, su estabilidad emocional, un momento de conexión…)
10. Rodéate de vínculos que te validen: La regulación emocional también ocurre en la relación con otros. Busca personas o grupos donde puedas ser tú sin juicio: otros cuidadores, espacios terapéuticos o incluso redes sociales especializadas. «No podemos regularnos si estamos emocionalmente aislados.» (Siegel, 2010)
11. Escribe para liberar tensión emocional: Llevar un diario emocional, aunque sean 5 líneas al día, ayuda a evitar que las emociones se acumulen internamente.
Puedes comenzar con:
Hoy me sentí…
Lo que más me cuesta ahora es…
Me gustaría que alguien supiera que…
12. Cuida tus pensamientos automáticos: Si te descubres pensando: «No puedo más», intenta reformularlo: «Estoy cansado/a, y necesito una pausa.»
Recuerda: “Cuidar de ti no es dejar de cuidar a tu hijo/a. Es el mejor regalo que puedes darle, porque un padre/madre, sano emocionalmente puede sostener a un hijo/a en dificultades mucho mejor que uno que lo da todo sin reservar nada para sí.”
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Este artículo fue escrito por: Vanessa Celis. Psicóloga en Formación y Sonia G. Talero Quevedo. Psicóloga FFEAC
Referencias:
Walsh, F. (2016). Fortaleciendo a la familia: resiliencia y cambio. Editorial Paidós.
Kübler-Ross, E., & Kessler, D. (2018). Sobre el duelo y el dolor. Ediciones Luciérnaga.
Pérez, M., & López, A. (2020). El rol del cuidador en el proceso de enfermedad pediátrica. Psicología y Salud, 30(1), 45–52.